jueves, 3 de octubre de 2013

Scalfari sí tiene quien le escriba

   De la carta que el Papa escribió a Eugenio Scalfari hemos de extraer consecuencias todos los católicos en nuestro modo de acercarnos a la gente, en la manera de exponer positivamente la fe traída por Cristo
      Han pasado más de cincuenta años desde que García Márquez publicó su novela "El Coronel no tiene quien le escriba", narración de la historia de un militar jubilado que pasa sus días esperando la carta  anunciadora del cobro de una pensión jamás recibida. Por asociación de ideas, seguramente, he recordado el título de esta novela, al pensar en la carta escrita por el Papa Francisco al fundador del diario italiano ‘La Repubblica’, quien de algún modo había expresado la necesidad de respuestas en dos artículos publicados en su periódico haciendo al Papa un rimero de preguntas sobre la Fe a propósito de la encíclica ‘Lumen Fidei’. Sin embargo, tal vez Scalfari estuviera menos esperanzado en una respuesta, que llegó, que el ‘Coronel’ de García Márquez siempre con la expectativa de una contestación nunca recibida.


      El Papa escribe sobre dos circunstancias que hacen necesario y fructífero el dialogo: la primera es la separación ente razón y fe derivada de que, a lo largo de los siglos de la modernidad, se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresadas precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así, entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por otra, se ha llegado a la incomunicación. El Papa recuerda que ya el Vaticano II comenzó a romper esa distancia y agradece a Scalfari la oportunidad de diálogo que le ofrece alguien que se define como «un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret».
      La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testimoniada por la fe es aquella del amor −subraya− «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro». El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. «Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos». Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.
      Francisco escribe mucho más, pero permítaseme detenerme aquí para subrayar, en primer lugar, el modo positivo con el que el Papa busca el encuentro en lo que, de momento, les une: la fascinación por Cristo. Sin renunciar en modo alguno a la fe de la Iglesia, es más, recordándola amablemente cuando es preciso, sale al encuentro de un muy conocido periodista, tanto por su trabajo como por su fama de anticlerical. Es una salida del Papa a las periferias de la fe, un ejemplo de cómo debemos acercarnos, con cariño y respeto a  quienes no profesan nuestras mismas creencias.
      Ya Juan Pablo II y Benedicto XVI buscaron ahondar en la primera de las citadas circunstancias, el distanciamiento entre fe y razón en base al pensamiento en una Iglesia oscura y supersticiosa. Bastaría recordar el empeño mostrado por Juan Pablo II con la encíclica Fides et Ratio o extraer del enorme caudal del Papa Emérito el esfuerzo realizado en pro de esas justas relaciones en reiterados momentos que tal vez tienen su cumbre en los discursos pronunciados en la Universidad de Ratisbona, ante el Parlamento alemán, en el Colegio Des Bernardins de París y lo manifestado al Parlamento y sociedad británicos.
      Indudablemente, el empeño de Francisco no es nuevo pero lo es la forma. Si Scalfari ha tenido quien le escriba, además ha tenido un remitente absolutamente excepcional. Es la primera vez que un Papa se dirige a un periódico de forma directa. Y de ahí hemos de extraer consecuencias todos los católicos y cualquiera que prefiera el diálogo a la pedrada. Si Francisco habla de salir a las periferias, es muy útil, pero si él mismo lo hace tanto yendo al puerto de Lampedusa donde desembarcan muchos emigrantes ilegales −para denunciar «la globalización de la indiferencia»−, como escribiendo en un periódico de ese talante para tender puentes amables, seguro que algo hemos de cambiar en nosotros, en nuestro modo de acercarnos a la gente, en la manera de exponer positivamente la fe traída por Cristo.
      Ni el diálogo es un accesorio para el católico ni la fe que testimonia el amor puede ser intransigente. Ya escribió Benedicto XVI que no somos poseedores de la verdad sino que, todo caso, la verdad nos posee a nosotros y la ofertamos −saliendo a los caminos− desde la humildad, sin arrogancia, pero saliendo como hace Francisco. Dijo en Brasil que Cristo «no balconea».
Pablo Cabellos Llorente
Las Provincias / Almudí

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