viernes, 29 de abril de 2011

¿CIENCIA, TÉCNICA Y LIBERTAD?

¿Ciencia, técnica y libertad?

Aparte de la mitificación del progreso y de la ciencia, hay algo muy importante que también se ha mitificado: la libertad

     Vivimos en una sociedad en la que los cambios culturales se han producido de forma acelerada, no hemos asistido a una evolución de procesos armónicos, pausados, sino a una revolución en todos los niveles de la convivencia humana. Se consideraba que la ciencia y la técnica iban a resolver casi todo y que ambas darían lugar al bienestar y felicidad del ser humano. Parece ser que esto no ha sucedido y existe un ambiente de inseguridad y de cierto desencanto. 

      Muchos, al arrojar por la borda los grandes principios éticos, morales y religiosos que sostenían la familia y la sociedad entera, so capa de progresismo, han dado lugar a actitudes hedonistas, nihilistas, intrascendentes y han “creado” la “cultura” de la insolidaridad, la competitividad, el consumismo irracional y la corrupción de los que manipulan el becerro de oro.

      Algunos medios de comunicación, como la televisión, están al servicio de actitudes que halagan los instintos menos nobles de la persona humana. Y el individuo, arrojado a un mundo instintivo y sin dimensiones trascendentales, se ve agredido por incómodas neurosis, por una serie de enfermedades psicosomáticas, por el estrés de una “cultura” puramente horizontal, sin esperanzas ni eternidades. La angustia existencial se percibe en el arte: pintura, música y literatura muestran la angustia y los temores del ser humano actual.

      Las noticias que recibimos cada día, a través de cualquier medio de comunicación, son desgarradoras: malos tratos a mujeres; niños de un colegio que agreden a un profesor o a un compañero de clase; drogadicción de jóvenes sin horizontes; aumento de la violencia en general; graves consecuencias del libertinaje sexual; notable aumento del número de abortos; abandono de las personas mayores; etc. La realidad es que si se aceptan como válidas una serie de degradaciones morales, el ser humano acaba destruido. No está mal recordar una frase de André Frossard: «Los bárbaros del siglo XX no invadirán nuestras fronteras. Los tenemos dentro. Somos nosotros mismos».

      Al reflexionar, se comprueba que, aparte de la mitificación del progreso y de la ciencia, hay algo muy importante que también se ha mitificado: la libertad. ¿Por qué esta afirmación? Por lo siguiente: la libertad se concibe frecuentemente de manera anárquica o, simplemente, antiinstitucional, se la convierte en un ídolo. Hay una afirmación del, entonces, cardenal Ratzinger: «La libertad humana solo puede ser, en todo momento, la libertad de la justa relación recíproca, la libertad en la justicia; de lo contrario se convierte en mentira y lleva a la esclavitud».

      En la sociedad occidental se disfruta, afortunadamente, de libertad y esta situación la desean otros pueblos que están oprimidos en pleno siglo XXI. Las decisiones tomadas por mayoría, en las democracias, son el camino más razonable para llegar a soluciones comunes. Pero la mayoría no puede ser el principio último ya que hay valores que ninguna mayoría tiene el derecho de abrogar. 

      La realidad es que existe hoy un canon alterado de los valores, hay zonas indeterminadas y oscuras. A veces, en nombre de la libertad y de la ciencia se provocan heridas graves a un valor fundamental que es la vida: aborto y manipulación de embriones. Como también dijo el cardenal Ratzinger: «Hay que dejar espacio a las desmitificaciones de los conceptos de libertad y de ciencia si no queremos perder los fundamentos de todo derecho, el respeto por el hombre y por su dignidad».

      En un debate entre filósofos que tuvo lugar en Italia, hace unos años, se plantearon temas como la libertad, el consenso y los valores. El periodista Gad Larner lanzó la siguiente pregunta: «¿Por qué no tomar como criterio los Diez Mandamientos?» Y es que, realmente, los Diez Mandamientos no son propiedad privada de los judíos o de los cristianos. Son una expresión altísima de razón moral que se identifica ampliamente con la sabiduría de las demás grandes culturas. Podría ser esencial para resanar la razón, para un nuevo relanzamiento de la recta razón.

Carlota Sedeño Martínez. Trabajadora Social  AnalisisDigital.com

jueves, 28 de abril de 2011

Juan Pablo II: una voz del siglo XX

Juan Pablo II: una voz del siglo XX

        "Más allá de credos e ideologías, [su legado] puede servir a cuantos procuran asumir su responsabilidad en la construcción de un mundo más digno de la persona humana"

      «La voz que vuestra cortesía me permite hacer resonar una vez más en esta sala es la de quien no tiene intereses ni poderes políticos, y mucho menos fuerza militar». Son palabras de Juan Pablo II a los miembros de la II sesión especial de la ONU para el desarme, el 7 de junio de 1982. Eran momentos delicados en el ámbito internacional. Y de especial tensión entre los Estados Unidos de Reagan y la URSS de Breznev.

      «Aquí donde convergen prácticamente las de todas las naciones, grandes y pequeñas —continuaba el mensaje— mi palabra trae consigo el eco de la conciencia moral de la humanidad en estado puro, si me permitís esta expresión». La voz de Juan Pablo II no estaba acompañada por preocupaciones o intereses de otra naturaleza, que podrían velar su testimonio y hacerla menos creíble. Tres décadas más tarde, su beatificación trae al primer plano la amplitud de ese legado. Más allá de credos e ideologías, puede servir a cuantos procuran asumir su responsabilidad en la construcción de un mundo más digno de la persona humana. 

      La gran preocupación del pontificado de Karol Wojtyla (1978-2005) no fue tanto censurar el pasado, como orientar el futuro. Como filósofo y como Papa, consciente de lo mucho que estaba en juego, reflexionó a fondo sobre la persona y su libertad. La entendía como criatura inteligente y libre, depositaria de un misterio que le trasciende. Dotada de la capacidad de reflexionar y de elegir y, por tanto, capaz de sabiduría y virtud. La considerada en la verdad de su vida y su conciencia, sin olvidar la capacidad de mal y su continua aspiración al bien, a la belleza, a la justicia y al amor. Nunca cejó en su empeño por manifestar esta realidad de la persona.

      Pero no trató sólo de dar una respuesta a la pregunta sobre quién es el hombre. Fue más allá. Con esa referencia de fondo, intentó lograr el enfoque adecuado para el dinamismo de la vida y de la civilización. Buscó el verdadero sentido de las distintas iniciativas de la vida cotidiana, y con esa luz procuró orientar los programas políticos, económicos y sociales. Su legado está en la línea del progreso más relevante y positivo del pensamiento contemporáneo, que ha sabido poner en el centro a su auténtico protagonista: la persona, fundamento y fin de la sociedad. 

      Y es aquí donde se alcanza a entender esa dimensión profunda de la voz de Juan Pablo II, como conciencia moral: su enseñanza de que el rasgo esencial de toda persona no descansa en el mero poder (sólo libertad) sino en el deber (elección prudente y sabia). Y en la capacidad de abrirse a la voz de la verdad (que habla en lo íntimo de la persona) y sus exigencias. Ésta es, a mi entender, la trama fundamental de su aportación. Y el argumento más profundo del testimonio que ofreció hasta el momento de la muerte. 

      Quien ocupa ya un lugar en la historia del siglo XX se nos presenta como el gran testigo de la conciencia: esa capacidad otorgada a la persona para concebir el deber por encima del poder. Es buen camino para construir una sociedad más digna y humana, solidaria con los semejantes.

José Ramón Garitagoitia Eguía. Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional PúblicoNoticiasDeNavarra.com / Almudí

miércoles, 27 de abril de 2011

Beato Juan Pablo II, un gigante de la fe

Beato Juan Pablo II, un gigante de la fe
   Su beatificación es un gran altavoz de Dios que llama a los corazones para que salgan de la vaciedad y se incorporen al gran movimiento de la fe que mueve montañas

     No hemos olvidado que Juan Pablo II estuvo en España el año 2003 con sabor de despedida. Al volver sobre esa gran experiencia se puede ver que sus enseñanzas son actuales, especialmente para las familias y los jóvenes. Dos millones de personas acudieron aquel fin de semana de mayo de 2003 a los dos actos centrales del quinto viaje apostólico de Juan Pablo II a España, desarrollados en Madrid. 

      En la Plaza de Colón el Papa propuso seguir el ejemplo de los santos canonizados y aseguró a los españoles que: «Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida»; recordó a todos y en particular a los más jóvenes que: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Porque en esas jornadas memorables vimos una Iglesia que no suele aparecer en los telediarios, que está compuesta de familias y jóvenes de toda clase y condición, que viven con naturalidad su fe.  

Juan Pablo II, altavoz de Dios
     Ya en el año 2005 asistimos al espectáculo nunca visto de oleadas de gentes, muchos jóvenes, rindiendo homenaje a Juan Pablo II el Grande. Roma ha conocido una densidad  nunca vista y se muestra como el corazón del mundo. Ahora, con su beatificación se repite la pacífica invasión de Roma; no es una masa sino una comunión de personas que muestran la fe como algo que está en la calle, que dignifica a cada uno, y que muestra la cara más amable de la sociedad. Las iglesias de medio mundo se llenaron entonces de creyentes y no creyentes rezando o pensando por el Papa y con el Papa Grande; y ahora se vuelven a llenar para dar gracias por su beatificación. 

      Cualquier plaza o calle es buen lugar parar reunirse a cantar o rezar dejando mensajes de agradecimiento o de fe. Aquella fue una muerte que nos hace felices y nos une a los demás. Ahora, el beato Juan Pablo II sigue cumpliendo su misión señalando que Dios no se olvida de este mundo difícil porque nos ama. Su vida coherente con la fe atrae a los más jóvenes que buscan ideales grandes para enganchar su vida y cambiar el mundo. 

      Pero hacen falta gigantes de la fe que acepten la llamada de Dios como ha hecho Juan Pablo II. Su beatificación es un gran altavoz de Dios que llama a los corazones para que salgan de la vaciedad y se incorporen al gran movimiento de la fe que mueve montañas. Seguro que la próxima JMJ 2011 en Madrid recogerá las vibraciones de esta beatificación mostrando al mundo que siempre hay esperanza. 

Juan Pablo II, defensor de la vida
      Una muestra singular de esa esperanza es el amor a la vida, que marca el futuro de la humanidad. Juan Pablo II ha mostrado dejado una huella imborrable defendiendo la vida sin fisuras, y por eso los jóvenes han seguido y siguen a este Papa: porque ha sido contrario a la guerra, al aborto y a la eutanasia. Nos ha dicho las cosas claras y no ha cambiado según las circunstancias.
Su vida le muestra como un hombre auténtico y honesto, cosa que no podemos decir de algunos políticos, científicos y famosos. Juan Pablo II siempre ha dicho sí a la vida. Parece que muchos mayores, quizá con un corazón sin esperanza, se han complicado tanto la existencia, con su egoísmo, que no saben estar siempre a favor de la vida. Pero a los jóvenes les asombra su ceguera y se resisten a ser manipulados. 

Hoy día se puede acusar a la Iglesia de algunas cosas pero no de mantener la defensa de la vida, casi en solitario, contra viento y marea. Siempre proclama que la vida humana es un don de Dios y que es sagrada e inviolable. Es el gran mensaje de esperanza cristiana para todos. En la muerte del Papa Juan Pablo II hubo oleadas de corazones jóvenes que se conmovieron y ahora, con su beatificación vuelve a crecer la esperanza para la humanidad.

Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico
Almudí

martes, 26 de abril de 2011

SÍ, QUIERO

Frente al pesimismo de la creencia en las “atracciones fatales” o los “fracasos inevitables”, Sí, quiero –un kit de doce documentales en DVD y un libro– pretende hacer reflexionar a los novios sobre la seriedad del sacramento del matrimonio. El realismo se combina con las dosis de confianza necesarias para embarcarse en un compromiso para toda la vida. Aceprensa nos presenta esta novedad.


El auge del sentimentalismo en la cultura occidental está favoreciendo que cale la idea de que el secreto de la felicidad es el amor romántico; o sea, la vivencia permanente en un estado de shock emocional. Así lo explicaba Michael Novak en un artículo publicado en First Things el día de san Valentín.

Novak cayó en la cuenta de la importancia cultural del ideal del amor romántico cuando leyó primero The Allegory of Love (1936), de C.S. Lewis, y después Love in the Western World (1940), de Denis de Rougement. “Hoy día muchos se enamoran del amor, no de personas concretas; aman la sensación de estar enamorados”, dice Novak.

El mismo día de san Valentín, el Christian Science Monitor publicó un artículo en el que mencionaba siete tendencias que están cambiando la forma de entender el matrimonio en Estados Unidos; la primera de todas es la aceptación creciente de una visión del matrimonio basado solamente en la afinidad de la pareja. Para la historiadora Stephanie Coontz, el resultado de esta visión es que las expectativas de satisfacción personal están aumentando hasta un punto en que los compromisos poco apasionados se hacen insoportables.

Frente a esta tendencia, los productores de Sí, quiero abogan por hacer pensar más a los novios que quieren recibir el sacramento del matrimonio. Los “compromisos pensados” y reafirmados día a día son un contrapeso a la fuerza de las corrientes emocionales.

lunes, 25 de abril de 2011

La transparencia cristiana de Juan Pablo II

La transparencia cristiana de Juan Pablo II

   «El caminar terreno de Juan Pablo II ha sido una copia ejemplar de ese Señor que acoge en su Corazón a todos los hombres y mujeres, derrochando amor y misericordia con cada uno, con un acento especial para los enfermos y desvalidos» 

    Desde hace años se escuchan testimonios de jóvenes y menos jóvenes, que se han sentido atraídos por Cristo gracias a las palabras, al ejemplo y a la cercanía de Juan Pablo II. Con la ayuda de Dios, unos han emprendido un camino de búsqueda de la santidad sin cambiar de estado, en la vida matrimonial o en el celibato; otros, en el sacerdocio o en la vida religiosa. Se cuentan por muchos millares, y a veces se les denomina "la generación de Juan Pablo II".

      ¿Cuál fue el secreto de la eficacia evangelizadora de este extraordinario Pontífice? Es evidente que Karol Wojtyla fue un incansable defensor de la dignidad humana, un pastor solícito, un comunicador creíble de la verdad y un padre, tanto para creyentes como para no creyentes; pero el Papa que nos ha guiado en el paso del segundo al tercer milenio ha sido, ante todo, un hombre enamorado de Jesucristo e identificado con Él.

      «Para saber quién es Juan Pablo II hay que verlo rezar, sobre todo en la intimidad de su oratorio privado», escribió uno de los biógrafos de este santo Pontífice. Y así es, en efecto. Una de las últimas fotografías de su caminar terreno lo retrata en su capilla privada mientras sigue, a través de una pantalla de televisión, el rezo del Vía Crucis que tenía lugar en el Coliseo. Aquel Viernes Santo de 2005, Juan Pablo II no pudo presidir el acto con su presencia física, como en los años anteriores: ya no era capaz ni de hablar ni de caminar. Pero en esa imagen se aprecia la intensidad del momento que estaba viviendo. Aferrado a un gran crucifijo de madera, el Papa abraza a Jesús en la Cruz, aproxima a su corazón al Crucificado y lo besa. La imagen de Juan Pablo II, anciano y enfermo, unido a la Cruz, es un discurso tan elocuente como el de sus palabras vigorosas o el de sus extenuantes viajes.

      El nuevo beato ha llevado a cabo con generosidad heroica el mandato de Cristo a sus discípulos: «Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). Con su afán de llegar hasta el último rincón de África, de América, de Asia, de Europa y de Oceanía, Juan Pablo II no pensaba en sí mismo: le empujaba el deseo de gastar su vida en servicio de los demás, el ansia de mostrar la dignidad del ser humano —creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por Cristo— y de transmitir el mensaje del Evangelio.

      En una ocasión, a última hora de la tarde, acompañé a monseñor Álvaro del Portillo —entonces prelado del Opus Dei— al apartamento pontificio. Mientras esperábamos la llegada del Papa, oímos unos pasos cansados, como de alguien que arrastra los pies, que se acercaban por un pasillo: era Juan Pablo II, muy fatigado. Monseñor del Portillo exclamó: «Santo Padre, ¡qué cansado está!». El Papa lo miró y, con voz amable, explicó: «Si a estas horas yo no estuviera cansado, sería señal de que no habría cumplido mi deber».

      El celo por las almas le movía a desplazarse hasta el último rincón de la tierra para llevar el mensaje de Cristo. ¿Hay alguien en el mundo que haya estrechado más manos en su vida, o haya cruzado su mirada con la de tantas personas? Ese esfuerzo, también humano, era otro modo de abrazarse y unirse al Crucificado.

      La universalidad del corazón de Juan Pablo II no sólo le conducía a una actividad que podríamos llamar exterior: también en su interior latía operativamente este espíritu, con el que hacía propias las ansias de todo el mundo. A diario, desde su capilla privada en el Vaticano, recorría el orbe. Por eso fue natural la respuesta que dio a un periodista, que quería saber cómo rezaba: la oración del Papa —respondió— es un «peregrinar por el mundo entero rezando con el pensamiento y con el corazón». En su oración —explicaba— emerge «la geografía de las comunidades, de las Iglesias, de las sociedades y también de los problemas que angustian al mundo contemporáneo»; y, de este modo, el Papa «expone ante Dios todas las alegrías y las esperanzas y, al mismo tiempo, las tristezas y preocupaciones que la Iglesia comparte con la humanidad contemporánea».
      Ese corazón universal y ese empuje misionero le llevaron a dialogar con personas de toda clase. Así se hizo patente durante el Jubileo del año 2000: quiso encontrarse con niños, jóvenes, adultos y ancianos; con deportistas, artistas, gobernantes, políticos, policías y militares; con trabajadores del campo, universitarios, presos y enfermos; con familias, personas del mundo del espectáculo, emigrantes e itinerantes...

      La misma biografía de Karol Wojtyla puede "leerse" como un continuo llevar el Evangelio a los más variados sectores de la sociedad humana: a las familias, a la escuela y a la fábrica, al teatro y a la literatura, a las ciudades de rascacielos y a las barriadas de chabolas. Su propia historia le condujo a percibir con claridad que es posible hacer presente a Cristo en todas las circunstancias, también en los momentos trágicos de la guerra mundial y de las dominaciones totalitarias que imperaron en su tierra natal. En los escenarios más diversos de la modernidad, Juan Pablo II fue portador de la luz de Jesucristo a la humanidad entera. Con su existencia nos enseña a descubrir a Dios en las circunstancias en que nos toca vivir.

      En uno de sus escritos, San Josemaría Escrivá de Balaguer contempla a Jesús en la Cruz como Sacerdote Eterno, que «abre sus brazos a la humanidad entera». Pienso que el caminar terreno de Juan Pablo II ha sido una copia ejemplar de ese Señor que acoge en su Corazón a todos los hombres y mujeres, derrochando amor y misericordia con cada uno, con un acento especial para los enfermos y desvalidos.

      La vida del cristiano no es otra cosa que tratar de configurarse con Cristo; y Juan Pablo II lo ha cumplido de modo sobresaliente: por su heroica correspondencia a la gracia, por su alegría de hijo de Dios, personas de toda raza y condición han visto brillar en él el rostro del Resucitado.

      La fotografía a la que me refería al inicio de estas reflexiones me parece una síntesis gráfica de la vida de Juan Pablo II: un Pontífice fatigado por el prolongado tiempo de servicio a las almas, que orienta la mirada del mundo hacia Jesús en la Cruz, para facilitar que cada uno y cada una encuentre allí respuestas a sus interrogantes más profundos. La vida del nuevo beato es, pues, un ejemplo de transparencia cristiana: hacer visible, a través de la propia vida, el rostro y los sentimientos misericordiosos de Jesús. Pienso que ésa es la razón y el secreto de su eficacia evangelizadora. Y estoy convencido —así se lo pido a Dios— de que su elevación a los altares provocará en el mundo y en la Iglesia una oleada de fe y de amor, de deseos de servicio a los demás, de agradecimiento a Nuestro Señor.

      El 1 de mayo de 2011, en la Plaza de San Pedro, bajo la mirada cariñosa de la Madre de la Iglesia, podremos unirnos a Benedicto XVI y decir una vez más: «Queremos expresar nuestra profunda gratitud al Señor por el don de Juan Pablo II y queremos también dar gracias a este Papa por todo lo que hizo y sufrió» (Audiencia general, 18 de mayo de 2005). A quienes le conocimos en vida, nos corresponde ahora el gustoso deber de darlo a conocer a las generaciones futuras. 

Javier Echevarría es Prelado del Opus DeiABC / Almudí

Manuel Mandianes, en El Mundo: «Semana Santa y posmodernidad»

Procesión Domingo de Resurrección  Valiosas reflexiones del antropólogo Mandianes sobre la Semana Santa española: la humanidad no puede vivir en un tiempo y un espacio vacíos y sin significado“.

  Toda la Cristiandad celebra la Pascua de Resurrección, la vida nueva para todos los hombres que nace de la victoria de Cristo sobre la muerte. Culmina así un año más la Semana Santa, que ha llenado los templos y las calles de España con millones de personas en torno al misterio que, contra toda lógica humana, constituye el centro de la fe cristiana.

   Este carácter multitudinario de la Semana Santa en una España instalada oficialmente en la posmodernidad ha suscitado una original y sugerente reflexión al antropólogo Manuel Mandianes, publicada en el diario El Mundo el pasado Viernes Santo. Con el título “Semana Santa y posmodernidad”, Mandianes contrapone el vacío interior que domina hoy la sociedad con la Semana Santa española, en la que “la gente, incluidos los turistas que vuelven de la playa, se dan de bruces con lo sagrado. Millones de personas se apropian del misterio cristiano al tiempo que son atropellados por lo sagrado”.

   Su éxito, afirma el antropólogo, “no se debe sólo a que la gente no quiera viajar a otros países del Mediterráneo por razones de seguridad, sino también, y fundamentalmente, a que la humanidad no puede vivir en un tiempo y un espacio vacíos y sin significado“.

   Reproduzco a continuación el texto completo de la mencionada tribuna, publicada en la página 13 de la edición en papel de El Mundo del 22/04/2011 y que tomamos de Bitácora Almendrón.
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PROFESIONALES POR LA ÉTICA

domingo, 24 de abril de 2011

GRANDEZA DE ÁNIMO

Grandeza de ánimo
   Acertadas reflexiones del Dr. Cabellos sobre la magnanimidad: una virtud extraordinaria.

   Aun para un no creyente, Jesús puede ser un hombre fascinante, pero falta misericordia con quien la ejercita del modo más admirable: haciéndola propia, absorbiendo en su corazón la miseria ajena para limpiarla en una cruz 

     Los clásicos definen la magnanimidad como tensión del ánimo hacia las grandes cosas. Es magnánimo el hombre de corazón ancho, enraizado en las posibilidades de la naturaleza humana y, para el creyente, en la fuerza de Dios. Indudablemente, esas cosas grandes no son tanto gigantes materiales cuanto actitudes interiores que se traducen, por ejemplo, en comprensión, misericordia, perdón, esperanza, generosidad. En cambio, la disposición contraria —la acedia— es como una humildad pervertida que encoge el corazón; es la renuncia malhumorada del que no se atreve con esas actitudes del buen corazón por las exigencias que comporta.

      Inicialmente, pensé en traer aquí tres nombres muy disparejos, alguno lejano a mi modo de pensar, aunque actuales por motivos diversos. Luego, sólo he dejado uno, Cristo, para evitar posibles malinterpretaciones y porque es Semana Santa. Cristo es siempre actual para el que lo cree Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros. La epístola a los Hebreos afirma que es el mismo ayer, hoy y siempre.

      Nada que igualar ni comparar en tres hombres —de los cuales uno también es Dios— y que pensé tan diferentes, salvo en ser personas y por su relación pasiva con la virtud de la magnanimidad en el trato recibido, o más bien su contrario: la  mezquindad por juicios inmisericordes y rácanos. Los notables omitidos estaban tomados de dos mundos diferentes, pero tristemente unidos por esa realidad de los censurados desde la discrepancia hiriente. El lector puede buscar nombres y comprobará que tal actitud zahiere a muchos.

      Cristo fue maltratado en vida, en la muerte ignominiosa que sufrió, y continúa siéndolo en sus seguidores. Cuando Pablo camina hacia Damasco para apresar a los cristianos, y es derribado por una fuerza extraña, escucha esta voz: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Al preguntar por quién habla, Jesús responde identificándose con los suyos: Yo soy Jesús a quien tú persigues. El asunto no ha cesado. Aun para un no creyente, Jesús puede ser un hombre fascinante, pero falta misericordia con quien la ejercita del modo más admirable: haciéndola propia, absorbiendo en su corazón la miseria ajena para limpiarla en una cruz. Puede argüirse que muchos cristianos no se comportan adecuadamente, pero falta corazón con respecto al mismo Cristo.

      Existen otros hombres posiblemente amados por millones de personas, pero no faltan los que emplean cualquier oportunidad para juzgarlos desde un corazón enteco. Se confunde la posible discrepancia con la innecesaria pequeñez del corazón, hecha caricatura, burla o desdén. Sobre todo cuando goza del oportunismo de la moda o de lo políticamente correcto.

      Mi tercer ejemplo era alguien ahora denostado de modo impropio por tirios y troyanos. No entro en posibles y hasta necesarias divergencias pero, en cuestión de horas, han comenzado a cavar su tumba, con graves improperios, proferidos por muchos de quienes esculpieron su monumento verbal. Cabe la disconformidad, pero no debería confundirse con el insulto expelido desde la pequeñez de alma. Además, muchas veces se denigra de modo interesado.

      Dicen que la envidia es un defecto nacional. Creo poco en los defectos colectivos. Envidia es alegrarse del mal ajeno o entristecerse por su bien, pariente de esa acedia del corazón pequeñito. Leí en una red social que debemos perdonar a todos, excepto a homosexuales y herejes. Cuando menos, sorprendente. Y, sobre todo, triste, muy triste.
Pablo Cabellos LlorenteLevante-Emv / Almudí

sábado, 23 de abril de 2011

PIEDAD



¡Qué espada de dolor, Virgen María,
mirar a Dios, tu hijo, maltratado,
el verlo con la cruz desamparado!
¡Qué luz de sufrimiento en negro día!

¿Se quebró por valor tu sintonía?
¿Se quebró por temor tu fe y tu calma?
¿Acaso fue la cruz o bien su alma
sangrante del dolor que en ella había?

¡Qué diálogo sin voz, qué mudo llanto
gimió entre las tinieblas del encuentro:
torrente de emoción, fúnebre planto!

Tu fuerza inmaculada, desde dentro,
roció de firme fe tu triste manto,
creyendo en tu Jesús, aun siendo muerto.

Blanca María Alonso Rodríguez        

viernes, 22 de abril de 2011

VIERNES SANTO

Señor, que a los humanos ofrendaste
tu Vida, tu Pasión y hasta tu muerte,
perdona mis pecados, pues al verte
mis ojos ven lo mucho que me amaste.

Tan grande fue el amor que me tuviste
bajando hasta la tierra como hermano
que solo al bendecirme con tu mano,
a mi alma del pecado redimiste.

¡Tristeza que me embarga al contemplar
lo poco que he seguido tu enseñanza!
¡Angustia al recordar mi mala vida!

¡Cuan fácil se me hizo el olvidar
tu dulce profecía de esperanza!
Perdóname, Señor, ¡cura mi herida!

jueves, 21 de abril de 2011

TRIDUO PASCUAL


Esta catequesis del Papa es una buena pauta para introducirnos en el triduo pascual


Catequesis
del Papa Benedicto XVI
durante la Audiencia General del
miércoles 12 de abril de 2006
El triduo pascual

Queridos hermanos y hermanas: 
Mañana comienza el Triduo pascual, que es el corazón de todo el Año litúrgico. Con la ayuda de los ritos sagrados del Jueves santo, del Viernes santo y de la solemne Vigilia pascual, reviviremos el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Son días que pueden volver a suscitar en nosotros un deseo más vivo de adherirnos a Cristo y de seguirlo generosamente, conscientes de que él nos ha amado hasta dar su vida por nosotros.

En efecto, los acontecimientos que nos vuelve a proponer el Triduo santo no son sino la manifestación sublime de este amor de Dios al hombre. Por consiguiente, dispongámonos a celebrar el Triduo pascual acogiendo la exhortación de san Agustín:  "Ahora considera atentamente los tres días santos de la crucifixión, la sepultura y la resurrección del Señor. De estos tres misterios realizamos en la vida presente aquello de lo que es símbolo la cruz, mientras que por medio de la fe y de la esperanza realizamos aquello de lo que es símbolo la sepultura y la resurrección" (Epistola 55, 14, 24).

El Triduo pascual comienza mañana, Jueves santo, con la misa vespertina "In cena Domini", aunque por la mañana normalmente se tiene otra significativa celebración litúrgica, la misa Crismal, durante la cual todos los presbíteros de cada diócesis, congregados en torno al obispo, renuevan sus promesas sacerdotales y participan en la bendición de los óleos de los catecúmenos, de los enfermos y del Crisma; eso lo haremos mañana por la mañana también aquí, en San Pedro.

Además de la institución del sacerdocio, en este día santo se conmemora la ofrenda total que Cristo hizo de sí mismo a la humanidad en el sacramento de la Eucaristía. En la misma noche en que fue entregado, como recuerda la sagrada Escritura, nos dejó el "mandamiento nuevo" -"mandatum novum"- del amor fraterno realizando el conmovedor gesto del lavatorio de los pies, que recuerda el humilde servicio de los esclavos.

Este día singular, que evoca grandes misterios, concluye con la Adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el huerto de Getsemaní. Como narra el evangelio, Jesús, embargado de tristeza y angustia, pidió a sus discípulos que velaran con él permaneciendo en oración:  "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26, 38), pero los discípulos se durmieron.

También hoy el Señor nos dice a nosotros:  "Quedaos aquí y velad conmigo". Y también nosotros, discípulos de hoy, a menudo dormimos. Esa fue para Jesús la hora del abandono y de la soledad, a la que siguió, en el corazón de la noche, el prendimiento y el inicio del doloroso camino hacia el Calvario.

El Viernes santo, centrado en el misterio de la Pasión, es un día de ayuno y penitencia, totalmente orientado a la contemplación de Cristo en la cruz. En las iglesias se proclama el relato de la Pasión y resuenan las palabras del profeta Zacarías:  "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37). Y durante el Viernes santo también nosotros queremos fijar nuestra mirada en el corazón traspasado del Redentor, en el que, como escribe san Pablo, "están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3), más aún, en el que "reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9).
Por eso el Apóstol puede afirmar con decisión que no quiere saber "nada más que a Jesucristo, y este crucificado" (1Co 2, 2). Es verdad:  la cruz revela "la anchura y la longitud, la altura y la profundidad" -las dimensiones cósmicas, este es su sentido- de un amor que supera todo conocimiento -el amor va más allá de todo cuanto se conoce- y nos llena "hasta la total plenitud de Dios" (cf. Ef 3, 18-19).
En el misterio del Crucificado "se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo:  esto es amor en su forma más radical" (Deus caritas est, 12). La cruz de Cristo, escribe en el siglo V el Papa san León Magno, "es fuente de todas las bendiciones y causa de todas las gracias" (Discurso 8 sobre la pasión del Señor, 6-8:  PL 54, 340-342).

En el Sábado santo la Iglesia, uniéndose espiritualmente a María, permanece en oración junto al sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios yace inerte como en una condición de descanso después de la obra creadora  de la Redención, realizada con su muerte (cf. Hb 4, 1-13). Ya entrada la noche comenzará la solemne Vigilia pascual, durante la cual en cada Iglesia el canto gozoso del Gloria y del Aleluya pascual se elevará del corazón de los nuevos bautizados y de toda la comunidad cristiana, feliz porque Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte.

Queridos hermanos y hermanas, para una fructuosa celebración de la Pascua, la Iglesia pide a los fieles que se acerquen durante estos días al sacramento de la Penitencia, que es una especie de muerte y resurrección para cada uno de nosotros. En la antigua comunidad cristiana, el Jueves santo se tenía el rito de la Reconciliación de los penitentes, presidido por el obispo. Desde luego, las condiciones históricas han cambiado, pero prepararse para la Pascua con una buena confesión sigue siendo algo que conviene valorizar al máximo, porque nos ofrece la posibilidad de volver a comenzar nuestra vida y tener realmente un nuevo inicio en la alegría del Resucitado y en la comunión del perdón que él nos ha dado.

Conscientes de que somos pecadores, pero confiando en la misericordia divina, dejémonos reconciliar por Cristo para gustar más intensamente la alegría que él nos comunica con su resurrección. El perdón que nos da Cristo en el sacramento de la Penitencia es fuente de paz interior y exterior, y nos hace apóstoles de paz en un mundo donde por desgracia continúan las divisiones, los sufrimientos y los dramas de la injusticia, el odio, la violencia y la incapacidad de reconciliarse para volver a comenzar nuevamente con un perdón sincero.

Sin embargo, sabemos que el mal no tiene la última palabra, porque quien vence es Cristo crucificado y resucitado, y su triunfo se manifiesta con la fuerza del amor misericordioso. Su resurrección nos da esta certeza:  a pesar de toda la oscuridad que existe en el mundo, el mal no tiene la última palabra. Sostenidos por esta certeza, podremos comprometernos con más valentía y entusiasmo para que nazca un mundo más justo.

Formulo de corazón este augurio para todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, deseándoos que os preparéis con fe y devoción para las ya próximas fiestas pascuales. Os acompañe María santísima, que, después de haber seguido a su Hijo divino en la hora de la pasión y de la cruz, compartió el gozo de su resurrección.

ALMUDÍ